
Motoi cuenta su historia... Se decía entre pescadores y jornaleros, que desde hace más de 30 años, un demonio de las profundidaes, velaba con celo las costas de su pueblo natal. Algunos aseguraban que se trataba de la mascota de poseidón, cuyo principal objetivo era preservar el equilibrio marino, de forma que ninguna bestia salvaje se acomodara en aquellas marismas y acabara con toda la fauna marina de los alrrededores. Nadie sabe el porqué con seguridad, aunque la leyenda cuenta, que en tiempos de hambre y guerra, una bella joven, hija de un pescador, conjuró al dios de los oceános para que ayudara a su pueblo, pués la pesca era excasa y la hambruna azotaba en todos los rincones de la región.
Los días pasaron y los ruegos de la joven fueron escuchados, animales marinos de todas las especies habitaron las costas del poblado. Los pescadores, por su parte, obtuvieron grandes cantidades de pescado en sus faenas, pudiendo vender así los excedentes, consiguiendo, de esta forma, erradicar el hambre y la pobreza de sus hogares. Todos eran felices, excepto aquella joven... Hay gente que la veía cantar a orillas del mar, en la oscuridad de la noche, las olas rompían sobre ella de una forma distinta, parecía como si el mismísimo mar estuviese bailando con ella. Peces de todas las clases y colores la rodeaban y se movían al son de su música, todas las noches aquella mujer le cantaba al mar y éste, la escuchaba y la abrazaba como nunca antes nadie lo hizo.
Pero todo cambió. La inquietud de la joven por ser madre, la aparición de un joven pescador por el que sentía verdadera pasíón, el tiempo en calma... la joven dejó de visitar el mar, y algunos ancianos de la aldea, ya presagiaban terribles consecuencias.
Los días pasaron, y la joven se casó con el pescador. La misma noche de bodas, una gran tormenta recalló en toda la aldea. Pero no fue la tormenta lo que más preocupaba a los habitantes del pueblo... el rugido de un animal salvaje emergía poco a poco desde las profundiades del oceano. Algo más antiguo que el hombre rondaba cerca de las costas del poblado, nadie supo con exactitud si se trataba de llantos o rugidos, pero cuando ese ser se escuchaba, todos los habitantes del pueblo palidecían, y en esa noche, no cesaron los rugidos...
Nadie hizo caso al mar... La joven quedó embarazada y tuvieron un niño al que pusieron por nombre Motoi. Todo marchaba bien, la fauna marina seguía creciendo y los pescadores obtenían suculentas ganancias en la lonja provincial. Los tres vivían felices, Motoi nació sano y fuerte, y lejos quedaba ya aquellas sospechas de un terrible ser rondando las costas. El pueblo había aumentado su riqueza al igual que el número de familias que vivían en el, además, la costa del pueblo era considerada como uno de los parajes más bellos del mundo. Gentes de todos los rincones del planeta viajaba a la aldea para contemplar la belleza marina de su costa. Todo marchaba bien, hasta que una mañana...
El pescador se despide de su mujer y de su hijo para ir a trabajar. La joven como cada día, espera a su marido en la orilla del mar mientras su hijo juega en la arena. La voz de alarma saltó por todo el pueblo, ningún barco pesquero había regresado ese día. Otros compañeros pescadores fueron a ver que había pasado, tampoco regresaron. Cada vez que un barco pesquero se adentraba en el mar, desaparecía como por arte de magia.
Mientras tanto, la joven obsesionada con que su esposo volviera, no dejó de esperarle en el mismo sitio de siempre. Allí, en una pequeña cala cerca de su casa, pasó días enteros casi inmóvil. Su obsesión hizo que dejara de atender a su própio hijo, que al final, tuvo que ser adoptado por unos vecinos. La gente del pueblo empezó a tratarla como si estuviera loca.
El hambre volvió. Ya que los pescadores no pudieron pescar, ellos sabían a ciencia cierta que cualquier barco que entrara en el mar, desaparecía sin dejar rastro. Una vez, un superviviente de uno de los barcos de pesca, habló a las gentes de un gran pulpo... un calamar giagante tan enorme que sus tentáculos median más que el mayor de los cachalotes. Dijo que undió el barco hasta el fondo en fraciones de segundo y sin el mayor esfuerzo, y que salvó la vida porque tuvo mucha suerte y era buen nadador.
Y así fué, el pueblo desapareció. Los pocos habitantes que sobrevivieron al hambre, tuvieron que marcharse a otras aldeas más prósperas. Hoy día, allí no hay nada, salvo -dicen algunos- una estatua de sal, de una joven, que espera el regreso de su amado.
Otros, dicen que en aquella zona, cuando hay mucha tempestad, las olas las provoca un joven pescador, que luchando a muerte contra el mar, intenta regresar junto a su mujer y su hijo
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